La pena de muerte no es ejemplarizante ni sirve de nada, como las estadísticas enseñan (se suprime y no aumentan los delitos), si acaso le ahorra al Estado una cama en la prisión, una pensión alimenticia y algo de papeleo. La pena de muerte es pura venganza, social, pero venganza. Por eso está feo que un estado civilizado la mantenga, aunque, bien lo sé, la gran mayoría de los ciudadanos de los estados civilizados son partidarios de ella.

El asunto del español condenado a muerte en USA y al final declarado inocente me ha inducido a revisar viejas carpetas donde guardo el material de un libro sobre la pena de muerte que escribí hace años. Antiguamente las ejecuciones eran públicas y daban lugar a un teatrito: el verdugo le pedía perdón al reo, el reo le largaba un sermón al distinguido público, los gacetilleros comentaban la ejecución en los periódicos, alabando o denostando la actuación del matador, o sea, del verdugo y, lo más entrañable de todo, los padres de familia llevaban a sus hijos mozuelos y, después de muerto el reo, les propinaban una paliza allí mismo para que no olvidaran aquel momento y enderezaran sus pasos por el camino del bien. Entre mis papeles, me topo con la fotocopia de una anotación que un tal Manuel Fuentes y Nieto hizo en la primera página de su Biblia familiar: Día 21 de Abril de 1864. En este día a la una menos cuarto tube el disgusto de ver decapitar a Agustín Martínez de Leiva, natural de Granada, en dicha Ciudad. Palabras que el reo dirigió al público desde el Patíbulo: Hermanos míos Granadinos: confesad con frecuencia; educad bien a vuestros hijos para que no se hallen en la afrenta en que yo me veo; rezar un Credo a nuestro Señor de la Salud y una Salve a Nuestra Señora de las Angustias para que os dé salud y Gracia. Dicho esto fue preso por el brazo ferreo de la argolla que movido por el Berdugo le hizo terminar su vida que Dios nos dilate muchos años. Amen.

En Francia, como son cartesianos, además de suprimir la pena de muerte, andan ahora intentando canonizar al atracador y asesino Jacques Fesch, que se convirtió en cristiano ejemplar en el corredor de la muerte, en 1957. En España, hace años, se solicitó la revisión de la condena de los anarquistas Granados y Delgado, ajusticiados en 1963 por un atentado que no cometieron, pero el asunto no prosperó. A burro muerto, la cebada al rabo, pensaría el señor juez.