Ordenando libros me viene a la mano una vieja edición mejicana de los poemas de Miguel Hernández que compré cuando el poeta estaba prohibido. Hojeándolo encuentro una brizna de hierba seca que dejó su marca sobre un soneto: “Por tu pie la blancura más bailable/ donde cesa en diez partes tu hermosura,/ una paloma sube a tu cintura,/ baja a la tierra un nardo interminable”. Cierro los ojos y quiero soñar las piernas que lo inspiraron. El poeta, cara de patata recién desenterrada (Neruda), cara de pastor de cabras trasplantado a Madrid, años treinta, mira embobado los fugaces encantos de las mecanógrafas que suben al pescante del tranvía, asiste con sus amigos literatos a la revista de Celia Gámez, aquellos muslazos desencadenantes de un gallinero coral de relinchos garañones.

¿Qué se hizo de las nieves de antaño, qué se hizo de las piernas de antaño? Hoy ya no quedan piernas como aquéllas que inspiren sonetos como aquél. Hoy los dictadores de la moda, esos perturbados sexuales que odian, porque la temen, la plenitud del cuerpo femenino, nos imponen modelos escuálidas, doncelillos anoréxicos, hermafroditas con raja inguinal y cara de mala leche, zancudas de grandes zancadas que cruzan las piernas al caminar desencajando huesos en unas caderas imaginarias.

Las nieves de antaño, el muslo firme y largo de Marlene Dietrich, el contundente de Jane Russell, aquellas columnas armoniosas de Dorothy Mackail o de Ann Miller, las de Sofía Loren o las algo más cortas de Marilyn ¿dónde están? Las que deberían haberlas relevado, si descontamos a las que se les fue la mano con el tonelaje (Hanna Schygulla, Kathleen Turner), se han entregado a una moda castrante que las momifica en vida. ¡Ay, Kim Basinger, huesuda y triste, negándose y negándonos su belleza sajona! Las herederas de aquellas diosas celuloides que aunaban talento y piernas se rinden a la moda rencorosa y antifemenina. La sinrazón llega a tal extremo que cuando una de estas esqueléticas famosas tiene que parecer hermosa la sustituyen por una doble. El cuerpo de Pretty Woman no es el de Julia Roberts sino el de la bailarina Shelley Michelle; a Demi Moore la suplanta Amy Rochelle Weis. En un mundo progresivamente falso, los sueños eróticos son lo más falso de todo. Nada es lo que parece y nada parece lo que es, lo que nos devuelve a Campoamor. ¡Snif!