Llega puntual, como cada año, la Semana Santa y con ella las muchedumbres de fieles y capillitas, de turistas y nazarenos, que invaden el centro histórico de nuestras ciudades para contemplar las procesiones o participar en ellas. La devoción y el goce estético del espectáculo barroco, la exaltación de lo sensible tan loada y estudiada por los antropólogos, se deslucen mucho a causa de las meadas, admitámoslo. Muchos participantes o espectadores de la sacra representación exoneran la vejiga en cualquier parte: portales, callejones, rincones, árboles, jardines… No se trata sólo del degradante espectáculo que ofrecen durante el acto en sí: es que la acumulación de orines mengua el goce estético y perturba la devoción al introducir el olor del amoniaco entre los canónicos de la Semana Santa que debieran limitarse a incienso, cera, sudor costalero, brillantina capillita y, todo lo más, azahar.

Seguramente los ciudadanos que evacuan aguas menores en cualquier parte, casi siempre jóvenes rebeldes, pero también adultos de mansa apariencia, ignoran las virtudes medicinales de la orina, un extremo sobre el que no vendría mal que los informaran esos Ayuntamientos y Consejos de Cofradías que estos días tan oportunamente reparten papeleras e instruyen sobre su uso. Una solución podría ser buscarle una utilidad civil a las evacuaciones instalando meaderos que las recogieran y clasificaran. La industria farmacéutica Serono (de la que el Vaticano es copropietario) lleva casi cincuenta años procesando orina de religiosas de la que extraen la hormona gonadotropina de uso veterinario, estimulante de los ovarios de las vacas. Quizá ya sea tarde para acordar con los laboratorios la instalación de meaderos públicos, pero todavía estamos a tiempo de imprimir unos folletos que expliquen al usuario los rudimentos de la urinoterapia y lo informen sobre las cualidades medicinales de los orines persuadiéndolo para que aproveche una fuente de salud tan barata y sobre todo, tan inmediata. Ceon van der Kroon, en su documentado ensayo La fuente dorada, demuestra el poder de autoinmunización oral de la orina: los anticuerpos que contiene, al ser reingeridos, ayudan al organismo a combatir los virus y bacterias. Beber orina, afirma Van der Kroon, purifica la sangre, tonifica la piel y suministra nutrientes. Esta terapia se practica mucho en Oriente, donde cuenta con entusiastas de la talla del exprimer ministro indio Morarji Desai. No me sean guarros y tomen nota.