No sé si será coincidencia, pero la misma semana de los tristes fastos del primer aniversario de la caída de las torres gemelas de Nueva York, aparece en las librerías españolas Plataforma, la última novela de Michel Houllebecq, el brillante y joven escritor francés políticamente incorrecto que arrea estopa al Islam en sus declaraciones y en sus libros. Lo que nos cuenta es la historia de un parisino que se llama como él, Michel, y tiene su misma edad, un hombre inmerso en el largo bostezo y en la apatía de nuestro tiempo. Tras la muerte de su padre se va de vacaciones a Tailandia, conoce a una mujer y monta con ella una empresa de turismo sexual.

Una parte del libro es la crónica de un viaje a oriente con la guía Michelín, la del Trotamundos y media docena de novelas en la maleta, entre ellos La Tapadera, de John Grisham. Uno tiene la impresión de que Houellebecq va aprovechando cuanto se cruza en su vida, desde una mirada en un semáforo a las instrucciones de un medicamento o a un artículo leído al azar y por encima en una revista que encontró abandonada en un banco del parque, y de todo ello hace sustancia narrativa. Acaso ese farragoso acopio sea uno de los determinantes de la cultura moderna, en todo caso de la cultura occidental, ese cansancio como de familia antigua y decadente que arrastra demasiadas tradiciones, demasiadas rencillas, demasiados resentimientos, de las sociedades viejas que llegan a su declive sin fórmulas de recambio. En ese pesimismo y en ese desnortamiento vemos el profundo hastío de la vida moderna. Aquí tenemos a un novelista dotado y talentoso que hace literatura de las menudencias de su biografía, de su viaje a Tailandia, de sus lecturas tediosas de best-sellers americanos, de cualquier cosa, porque el personaje es él y no intenta ocultarlo, eso es también literatura. Quizá en ese impúdico proceder radique el sentido de la modernidad: tenemos prisa y no vestimos la realidad de ficción, dejamos que la realidad, incluso la más anodina, represente a la realidad, sin eufemismos, el desnudo minimalista, sin adornos, sin revoques, sin pinturas. Yo mismo sospecho estar escribiendo esta columna sin más recursos que mi inmediata experiencia de haber comprado este libro y de estar leyéndolo con despreocupado apresuramiento, como usted lee el periódico. Total, hoy es todo provisional y de usar y tirar. Hasta las torres gemelas.