Cuando era joven me gustaba pasear por la playa solitaria, pero ahora somos tantos que ya no quedan playas solitarias a ninguna hora y por mucho que madrugues encuentras gente que ha sacado al perro a cagar, o deportistas haciendo footing que si te descuidas te atropellan, además de obreros municipales rastrillando botellas vacías, latas, bolsas de patatas, condones y demás vestigios de la botellona nocturna, así que la playa solitaria no es como antes y vale más bajar sobre las nueve. Lo del tiempo, el timing, hay que calcularlo con gran precisión porque diez minutos después llega la segunda oleada, los deportistas, con el pádel, los balones, las cometas y los lanzadores de discos. Algunas veces no se ha retirado la primera oleada cuando ya llega la segunda que viene adelantada y el momento de relax se te queda en eso, en un momento.

Hoy, como era el último día, he bajado a despedirme de la arena entre la segunda y la tercera oleada que es la de las mamás con las sombrillas y el bolso playero en el que portan un cartón de tabaco, el bote de bronceador, la crema hidratante, los dos teléfonos móviles, el familiar y el personal, y una revista de cotilleos con declaraciones de Mary, la maruja del Gran Hermano, en las que explica por qué se ha decidido a vender la exclusiva de sus tetas, unas domingas muy vistosas que la chica evitó enseñar durante el experimento sociológico de la Milá para venderlas aparte. A mí la hora de la tercera oleada no me acaba de gustar porque está el sol en lo alto y los rayos ultravioletas se despeñan como una catarata por el agujero de ozono encima de mi calva, pero, no obstante, me acomodé medio de lado entre dos toallas y desplegué el periódico. Estaba enterándome de lo bien que vivimos cuando un balonazo me acertó en el centro mismo de las ventajas de la globalización y me rompió las gafas. Tras de lo cual una mamá joven, con ese desparpajo que gastan ahora las nuevas generaciones, rescató el balón de su niño, al tiempo que me advertía que la playa es un espacio lúdico colectivo y que el periódico se lee en casa. En fin, recogí mi toalla, me retiré al amparo del chiringuito La Salmonela Fulminante, y me tomé una cervecita, regular de fresca, con media docena de gambas blancas ultracongeladas de los mares del Índico. Luego regresé al apartamento e hice la maleta. He salido con todo el calor para evitar la caravana, pero me he topado con el embotellamiento y los bocinazos a nueve kilómetros. Lo mejor de la globalización es lo pronto que pasan las vacaciones.