En la cola de la Seguridad Social me entero de que el príncipe quiere emanciparse, irse de casa y casarse como cualquier muchacho de su edad (34 años) y que pretende a una sevillana. La señora que me lo cuenta, gorda, rubia a mechas (o sea los cuatro primeros centímetros de pelo negros y el resto rubio platino), está puestísima en todo lo referente a la familia real: “Pues sí, después de mariposear lo suyo por esos mundos, Felipe ha escogido a una niña de familia bien que se llama doña Mencía, y que tiene una hermana, también en edad de merecer, llamada Cristina”.

Salgo con mis recetas y lo primero que hago es adquirir una prestigiosa revista de información general. Desde luego, hay que ver la poca delicadeza de ciertos periodistas. Leo que la chica se ha educado en un colegio del Opus (hasta aquí, bien), que estudia, en Madrid, Derecho Comunitario (bien) y que es amiga y compañera de aquella María León cuyo nombre se barajó, hace meses, como posible amor del príncipe (nada que objetar), pero, añade el malévolo periodista, “en contraposición a Mencía y su hermana, María Leon es rubia con un cuerpo escultural”. O sea, vean la mala leche: con eso nos está indicando que doña Mencía y doña Cristina son morenas y que no tienen un cuerpo escultural, o sea, que son corrientillas. Para remachar, por si no nos percatábamos de la idea, añade: “guardan gran parecido con su padre, aunque Cristina es más guapa que su hermana” ¡Toma del frasco! Luego sugiere que quizá el príncipe no estaría interesado en doña Mencía, sino en doña Cristina que es “mucho más guapa, abierta, y simpática que su hermana”, con lo cual acaban de menospreciar a doña Mencía.

De lo que no dice nada la revista es de la nueva residencia del príncipe, que estaba presupuestada en unos setecientos millones de pesetas y va a costar bastante más, aparte de que sólo en mantenimiento se va a llevar más de trescientos sesenta mil euros al año. Ese rumbo no hay heredero de trono europeo que lo mantenga. Hay que irse a Marruecos para encontrar un tronío semejante. No obstante, si yo fuera doña Mencía o doña Cristina me lo pensaría bien antes de darle el sí al príncipe porque no quiero pensar lo que tiene que ser fregar semejante ministerio y sacudir las alfombras tal como está el servicio que hoy, por menos de nada, se te despiden y te dejan plantada con la tabla de la plancha en medio de la cocina.