Lo peor de la vuelta al trabajo son los compañeros contándote pormenorizadamente sus vacaciones ¿A mí qué coño me importa que a Edelmiro Zancajo le comiera una hiena los zapatos que había dejado a la puerta de su bungalow, en la selva de Kenia, para que el subsahariano de servicio se los limpiara? ¿Y lo de Lolo Alvargonzález? Almorzaba en una hamburguesería belga cuando dos activistas del Frente de Liberación Animal (ALF) la incendiaron en protesta contra el sacrificio de terneros y la clientela tuvo que escapar por una ventana. A Lolo se le rajaron los vaqueros y una gorda le pisó la cámara y se la dejó como si le hubiera pasado una apisonadora. Lo de Pepita Mata Jiménez fue todavía peor. Se hospedó en un hotel de Tokio donde los retretes son tan modernos que hasta te analizan la orina cada vez que haces aguas. Como es tan novelera, este detalle le pareció “gracioso y supercivilizado”. Lo que le hizo menos gracia fue que, a las dos de la madrugada, le sobrevino un aprieto (había cenado sushi) y el retrete le exigió su número secreto antes de abrirse (así se evita que lo use el servicio de habitaciones en ausencia del inquilino). Con las prisas, Pepita se equivocó de número y activó distintas funciones del mando. Cuando por fin se estaba aliviando, después de instantes de zozobra, porque su urgencia no admitía aplazamientos, el retrete ejecutó las órdenes almacenadas: primero le puso el Sonido Princesa, una música espasmódica, tipo techno, que disimula las ventosidades; después activó tres clases distintas de olores enmasacarantes y por último, eso fue lo peor, lanzó prematuramente el chorro ascendente del bidé incorporado, cuando Pepita aún no había terminado de aliviarse. Incómoda, intentó atajarlo y sólo consiguió aumentar la temperatura del chorro, a consecuencia de lo cual se repeló el “chichi” (supongo que se refiere a la vulva) teniendo que ser atendida por el médico del hotel. “Ocurre con cierta frecuencia -le confió el facultativo- con turistas llegados de países tecnológicamente infrasubdesarrollados”. Total que durante el resto de su estancia Pepita obró sobre el gorro de la ducha, que luego voleaba por la ventana (estaba en el piso ochenta y cuatro de un rascacielos) y al que Dios se lo dé, san Pedro se lo bendiga.

Yo, con esto no quiero decir que esté en contra de las vacaciones, no. Lo que digo es que eso de conocer culturas distintas se ha sobredimensionado y que como en la casita de uno no se está en ninguna parte.