Cada año me prometo que será el último que asisto a la cena de Nochebuena familiar, con su tradicional reyerta, pero de un año a otro lo olvido y reincido.

Este año la inevitable discusión ha estado a cargo de mis cuñados Pascual, el nihilista, y Norberto, el opusdeista. La provocación partió de Pascual cuando precisó que los Reyes Magos fueron seis o incluso setenta hasta el siglo IV. Luego los dejaron en tres y blancos, y hasta el siglo XVI no hubo uno negro. Puras fábulas para engañar a la gente. Al oír esto, Norberto, el que le reza a san Josemaría, olvidó su mansedumbre cristiana y apuntando al ateo con un langostino ultrasemicongelado le espetó:

-Y tu Papá Noel es la mistificación neoyorkina de san Nicolás de Bari al que los holandeses llamaron Sinter Klaas cuando era patrón de los marineros y las putas de Amsterdam, y luego lo imaginaron como un ogro vestido de verde hasta que la Coca Cola lo adoptó como imagen promocional de la Navidad y lo vistió de rojo y simpático.

-Santa Claus encarna el espíritu festivo del cambio de año sin mistificación religiosa –replicó Pascual-. No introduce ningún mito religioso irracional, como esos tres reyes de los meapilas.

-¿Racional Santa Claus? Ya me dirás si es aceptable lo de los renos voladores y el gordo que baja por la angostura de las chimeneas a repartir regalos. Tendría que visitar más de noventa millones de hogares de la Cristiandad en una Nochebuena de 31 horas (gracias a los usos horarios y a la rotación de la tierra) y recorrer más de cien millones de kilómetros. Eso supone 822,6 visitas por segundo, lo que incluye escoger el regalo, bajar por la chimenea, dejarlo, subir por la chimenea y reemprender el viaje, sin pararse siquiera a mear de vez en cuando. O sea, totalmente imposible.

La discusión fue subiendo de tono, cada cual con sus argumentos, como ocurre todos los años, mientras mis hermanas intentaban poner paz y yo contemplaba con cierta repugnancia la fuente de insípido marisco antillano, los canapés de Bellugo Extra, el sucedáneo de caviar, y el vino espumoso que quiere parecerse al champán.

-¿Por qué será todo tan falso? -le dije a mi otra hermana, la monja.

-Todo falso no –corrigió:- la depresión y la tristeza son auténticas.