El otro día compré en un mercadillo el ensayo de Peter Härtling El soldado español. En la portada, la famosa foto tomada por Robert Capa: un hombre alto y seco, amojamado y moreno, vestido con mono blanco, correajes y cartucheras negros, calzado con esparteñas, acaba de recibir un balazo y cae de espaldas flexionando las rodillas, como si estuviera sentado en el aire, el brazo extendido, todavía tocando el fusil con la punta de los dedos.

Härtling piensa que esa foto ha unido para siempre al muerto y al fotógrafo. Le obsesiona la foto ¿Qué sabían el uno del otro?¿Cómo llegaron a encontrarse? Indaga sobre ella. “Muerte de un soldado republicano en la Sierra de Córdoba, agosto del 36”. Medita sobre el destino de los héroes taciturnos de Malraux, de Hemingway, desmitificación idealizada en una especie de confuso manierismo romántico. La muerte, el supremo sacramento del guerrero, que al final se encuentra con ella y se perpetua en una foto como de novios, viva la muerte.

La foto, que se ha convertido en la imagen gráfica de la guerras del siglo veinte y lo que va del veintiuno, es manifiestamente falsa, dado que el mismo miliciano aparece vivo en fotos posteriores del mismo carrete. Ni siquiera estaba bien preparada, pues los oficiantes de aquella guerra atroz nunca se lanzaban al asalto de una trinchera enemiga sin calar la bayoneta.

Nuestro tiempo, como cualquier tiempo antiguo, se nutre de mentiras, de imágenes falsas, preparadas. He estado leyendo el ensayo de Härtling mientras nos bombardeaban con las mentiras antiguas acerca del 23F, los mismos cuentos de entonces solo que adobados con mentiras nuevas.

Escribo esto en una hastiada duermevela, después de ver nuevamente a Tejero asaltando el congreso y de encontrarle algo de calderoniano, la vida es sueño, y de goyesco, el sueño de la razón produce monstruos. Han montado la película de los hechos con industria y aplicación para hacerla creíble, pero me siguen escamando los tiempos muertos que revelan la farsa y el engranaje.

Mientras tanto, el miliciano de Capa nos sigue abrazando con el inmenso abrazo de toda su mentira un rato antes de tomarse unos chatos de Montilla con el fotógrafo muñidor.