Anoche, a la hora en que Balbín conducía, antiguamente, La Clave ¿recuerdan?, Cristina Tórrida le prometía a Marujita Díaz, en Crónicas marcianas: “Cuando tú te cases, yo me preño.” Luego hablaron del tamaño de diversos penes mientras en pantalla aparecía el del maromo cubano de Marujita.

En fin, asqueado, salí a la calle a airearme, me metí en el club Morocco de Manhatan, un antro lleno de humo, y solicité agua mineral con rodajita de limón. “La telebasura te impulsa a la ginebra, ¿eh, boy?”, me espetó el tipo bajito, con traje cruzado a rayas, que bebía whisky escocés a mi lado. La voz gangosa, la estatura exigua, el cigarrillo displicente en los labios… era Bogart, el actor de mi infancia al que no le gustaban las escenas de amor. Me quedé mirando al tipo duro y cínico que una vez dijo: “Esperaba mucho más de mí y ahora sé que no lo voy a conseguir nunca”. Hacía películas de clase B, tres semanas de rodaje como máximo, con guiones escritos sobre la marcha, en las que le daban papeles de personajes desclasados que al final de la película morían tiroteados por James Cagney o Edward G. Robinson. Yo creía que le gustaba la alegre camaradería alcohólica del Holmby Hill Rat Pack, los alegres bebedores de Hollywood.
-Nada de eso –declaró-. Lo que me gusta es navegar a vela para alejarme de todo. El mar, el aire, están limpios y son sanos y uno se aleja de la gente. La verdadera libertad está en el mar. También soporto el ajedrez, comer en el Romanoff y dormir en el Gotham de Nueva York, especialmente con Lauren Bacall, después de asomarme a sus ojos sobre la almohada.

Eso dijo. Pagué mi consumición y regresé a casa. Me recibió la luz espectral de la TV, la luz del hogar. Marujita Díaz andaba arengando a la claque del programa mientras agitaba una banderita española, daba vivas a España y se declaraba optante a unas tetas grandes como las de la Tórrida. En esto comunicaron telefónicamente con una presunta ex-amante del novio cubano que asevera haberse acostado con Antonio David en una noche memorable en la que marcaron seis tantos. Zapeé, pero sólo había olimpiadas, fútbol o criptoputitas de concurso. “Ya ves, le dije a Bogey, la tele se ha convertido en una vergüenza, que hasta para anunciar compresas sacan tías”.

El negro del piano sonreía. “Tócala otra vez, Sam”, solicitó Bogey.