Recientemente un editor confesaba: “Cualquier libro que contenga la palabra templario en su portada tiene asegurada la venta de tres mil ejemplares, por lo menos, y eso, en los tiempos que corren, es un negocio seguro”.

Las novelas con templarios, esa rama vigorosa del romanticismo (¿preludio acaso de un neorromanticismo?) crecen de año en año y se ramifican en una fronda de cátaros, Santo Grial, estirpe de Jesús, código da Vinci y otras mil variantes del nuevo subgénero que podríamos denominar historia-ficción.

¿Qué hay de histórico en los templarios? Los cruzados conquistaron Jerusalén y establecieron allí un reino latino, europeo, una isla cristiana rodeada por un océano islámico. Después, alcanzada la remisión de los pecados prometida por el Papa, los cruzados regresaron masivamente a sus lugares de origen dejando desguarnecido el nuevo reino. Para defenderlo, el papado permitió la creación de dos grandes órdenes militares de monjes guerreros: los Templarios y los Hospitalarios. Para cumplir con su cometido las órdenes tuvieron que contratar miles de mercenarios turcos (los turcópolos) cuyas soldadas pagaban con el dinero que recolectaban en Europa. Eso duró un par de siglos hasta que el Islam conquistó nuevamente Tierra Santa dejando a los frailes guerreros aparentemente obsoletos. En esta circunstancia, el rey Felipe el Hermoso de Francia, astuto y pobre, que codiciaba los bienes de los templarios, forzó al papa a disolver la orden después de acusar de herejía a sus mandos superiores. El gran maestre Jacques de Molay y la cúpula templaria murió en la hoguera frente a Notre Dame de París.

Esa es la historia sin misterio. Pero cuatro siglos después, en el XVIII, el romanticismo exaltó a los templarios como víctimas del despotismo y la arbitrariedad de los gobernantes. Desde entonces la gran bola de nieve no ha dejado de crecer. La moda, también romántica, del ocultismo y la literatura gótica ha encontrado en los supuestos misterios templarios una vena inagotable que va enriqueciéndose a cada generación con nuevas aportaciones. Lo que en un autor es arriesgada conjetura, cuando pasan unos años, se convierte en absoluta certeza que, a su vez, estimula nuevas arriesgadas conjeturas: los misterios heredados de la tradición egipcia o gnóstica, los superiores conocimientos iniciáticos, los templarios que descubren América antes que Colón, los templarios alquimistas, los templarios empeñados en la Sinarquía o armonía universal, sin guerras, gracias al gobierno de la razón…

La rama más vigorosa crecida de ese tronco, y hoy de moda gracias a El Código da Vinci, es la del Priorato de Sión. El priorato lo inventó el francés Gerard de Sède a finales de los años 50, en combinación con Louis Plantard. Desde entonces ha crecido mucho y hoy lectores millones de lectores occidentales están convencidos de que Jesús se casó con María Magdalena y generó una estirpe real (la Sang Real, o Grial) que aún se mantiene en el envés de la historia creciendo a la sombra del Vaticano y de las monarquías europeas. Una aldea francesa, Rennes le Château, que antes vivía de las ovejas, vive ahora del mito. Y continúa creciendo…