El rey Juan Carlos I, al que sus adversarios apodaban “El Breve” lleva treinta años reinando y, a poco que se conserve, reinará más que Franco y más que su abuelo. Juan Carlos es un hombre afortunado al que la vida ha rodeado de colaboradores fieles y eficaces que han sabido dirigirlo en la dirección adecuada. Esa es la clave de su reinado y la clave de su popularidad. Es un principio del derecho romano que nadie puede ceder lo que no tiene. Sin embargo Franco, que no tenía derecho a gobernar España, puesto que había conseguido su jefatura del Estado por medio de un golpe de estado, cedió la corona a Juan Carlos (pasándose por el forro al padre, don Juan, al que no perdonaba las insumisiones del pasado). Juan Carlos tuvo excelentes valedores en Carrero Blanco, López Rodo y el Opus Dei en una maniobra combinada que llamaron “Operación Salmón” cuando consiguieron que Franco lo designara sucesor.

Antes de la muerte de Franco, el profesor de derecho político de Juan Carlos ,Torcuato Fernández Miranda, quizá el político y muñidor más hábil de los dos últimos siglos, se ocupó de que el futuro rey estableciera contactos con los políticos de izquierdas opuestos a la monarquía. Cuando Fernández Miranda se oscureció, después de pilotar hábilmente la Transición (que fue una Transacción entre los franquistas y los líderes de la izquierda recién salidos de las cloacas de la clandestinidad; los primeros cediendo espacio político, los segundos comprometiéndose a no pasarles factura), Juan Carlos se dejó guiar por Sabino Fernández Campos, otra inteligencia privilegiada, que durante muchos años lo llevó a buen puerto, incluso salvando el complicado escollo del 23 F, cuyos misterios están todavía por aclarar. Los propagandistas que atribuyen a Juan Carlos el mérito de abortar aquel golpe de estado antidemocrático nos han ocultado que sólo apareció por televisión condenando la acción de Tejero quince minutos después de que fracasaran las conversaciones del general Armada con el guardia civil golpista. Después se ha sabido que “el Rey, por presiones de varios capitanes generales, aplazó su discurso a la nación. En este periodo no se prohibió que Armada acudiera al Congreso y propusiera su gobierno de salvación“. Se ha sabido también que entre la clase política estaba muy arraigada “la solución Armada” y que “el general Armada, con distintas excusas, acudía en los últimos meses a visitar al monarca” (Herrera y Durán, 1994, p. 187).

La Transición trajo consigo un acuerdo tácito de la prensa liberal y democrática: silenciar cualquier crítica a Juan Carlos y a la Familia Real y alabarlos sin medida (la misma inercia laudatoria que antes usó la prensa con Franco). En estos treinta años solamente hemos leído y oído alabanzas del rey y de los suyos. Creo que fue Burns Marañón el que, en un inteligente artículo, señaló que en España no habrá democracia completa hasta que se levante la veda de las críticas a la familia real. Ponía como ejemplo la actitud de la prensa inglesa respecto a su monarquía. Aquí no. Aquí solamente nos cantan alabanzas y milongas. A lo mejor cambian las tornas cuando se vayan conociendo ciertos detalles de la monarquía, que el votante y el contribuyente tienen derecho a conocer. A lo mejor al pueblo sencillo no le gusta tanto la familia real cuando sepa el origen de la fortuna que ha costado el yate Fortuna, cuando sepa las cifras reales que cuesta al erario público el mantenimiento de la Familia Real, cuando conozca detalles de los pasatiempos principescos y reales (esa cacería en Bosuana de la que no regresó cuando supo de la muerte de los militares españoles en el accidente de helicóptero en Afganistán, o la cacería en Rumanía de osos jóvenes, una osa gestante y un lobo, todas especies protegidas o la del bisonte europeo (especie en peligro de extinción) en Polonia. A lo mejor si se supieran esas cosas, y muchas otras, había menos juancarlistas de los que hay, dado que monárquicos, lo que se dice monárquicos sigue sin haberlos.