Tengo en la mano una antigua medalla de plata de la Virgen de la Cabeza. Si nada es azar, como asegura el filósofo griego, los rostros de la Virgen y el Niño se han borrado para que la pura geometría de las formas manifestase sus ocultos significados. El óvalo que dibuja la corona de laurel es una mandorla, el signo arcano que contiene la Creación. Dentro de ella, las figuras forman sendos triángulos. El Triángulo es, a su vez, la manifestación pura de la trinidad primordial, de esa sombra perdida en el torbellino del tiempo de la que nacieron, a través de Diosa Madre, Astarté, Isis y las otras vírgenes de las antiguas religiones mediterráneas. Los grandes signos se acompañan de otros más menudos a los que también la tradición oculta ha otorgado precisas atribuciones. En el manto de la Virgen hay una flor, o quizá sea una cruz con cuatro potencias en forma de aspa; en cualquier caso una figura de ocho puntas u ocho lados, otro símbolo del sincretismo antiguo. Y la Virgen sostiene en la mano un extraño cetro que puede ser una flecha o un tirso. A sus pies hay una cabeza de toro que forma, con los cuernos, la media luna otro sincretismo matriarcal.

Si, por el contrario, el azar no significa nada, sólo debemos ver en este objeto una gastada insignia que acompañó a alguien con fervor o rutinariamente, quizá durante toda su vida. Podemos imaginar, a través del troquelado metal, a un devoto como nosotros, unos ojos antiguos que contemplaron el Santuario; unos labios que entonaron los mismos cánticos con otro acento; unos pies que hollaron las mismas piedras, y un corazón que albergó nuestros mismos sentimientos. Contemplando esta medalla con nuestros ojos, acariciándola con nuestros dedos, rescatamos de la honda muerte y devolvemos a la vida a su anónimo poseedor. Es posible que este sea el secreto de la tradición; no morir del todo mientras otros recojan la antorcha, mientras alguien, después de contemplar esta medalla, escriba estas líneas y alguien las lea y entre ellos surja, como una sombra, el devoto que la llevó colgada del cuello hace más de doscientos años.