Miren ustedes, Jaén no es lugar de vacaciones estivales. Si nos fijamos en la capital encontramos una ciudad mediana y hospitalaria donde de día el calor no lo deja a uno vivir y de noche, cuando otras ciudades andaluzas refrescan algo para que el personal pueda por lo menos dormir, el calor no remite y lo mantiene a uno en vela arrimado al botijo o al frigorífico. Eso sí, mosquitos no hay.
En Jaén capital y en sus pueblos, cuando llegan las vacaciones de verano, se produce una desbandada. Los que pueden se van a la costa, a disputar una parcelita de arena donde extender la toalla en alguna playa de Málaga o Granada. En Torredelmar, por ejemplo, se concentran auténticas colonias migratorias de jiennenses y cuando uno recorre el paseo marítimo sólo ve caras conocidas como si estuviera en la avenida de la Estación de Jaén o en el parque de Linares. Otros jiennenses menos aficionados al mar se han procurado segunda vivienda en los alrededores frescos de sus pueblos, por lo general lugares paradisiacos dotados de arboledas, ríos y manantiales en los que el desarrollismo ha sembrado horribles colonias de chalecitos o apartamentos.
Un servidor no es partidario de revelar lugares secretos todavía no estropeados por el turismo masivo y hortera pero cuando tiene invitados de fuera a los que quiere bien, les aconseja siempre que visiten nuestras grandes ciudades monumentales (Jaén, Ubeda, Baeza, Alcalá, etc.) fuera de estación, si es posible en otoño o en primavera, y que en verano se circunscriban a las sierras de Cazorla y Segura. Se comienza por Cazorla y la Iruela, y luego, remontando el pantano de el Tranco, se llega a Hornos y desde allí, peregrinando de pueblo en pueblo, toda la entrañable sierra segureña, hasta rendir viaje en Segura de la Sierra cuna de Jorge Manrique, no Palencia, y lugar de veraneo de Quevedo. Aquello es otra cosa: densas arboledas, claros arroyuelos, cantarinas fuentes, hospitalarios pueblecitos blancos y ocres habitados por nobilísimas gentes, y una continua sorpresa por la variadísima oferta cultural, monumental y gastronómica. Todo ello a una altura que defiende de las excesivas calores. De noche hay que taparse con una manta, no digo más.