“Estamos de acuerdo en que el matrimonio es una calamidad, pero, no obstante, hay que casarse, por patriotismo”, decía Catón el Censor, el gran romano. También estamos de acuerdo en que las vacaciones son una calamidad, pero, no obstante, hay que nomadear, por patriotismo, porque el sector de hostelería es uno de los pilares fundamentales de la economía patria y si hiciera aguas, Dios no lo quiera, España no iría bien, o iría menos bien, o, incluso, iría fatal. Yo, en mis vacaciones, soy ecléctico, y a la disyuntiva “¿Mar o montaña?” siempre respondo, “Entrambas.¿Por qué renunciar a una?” Por otra parte, los años que me he ido a la playa, al tercer día, más o menos, ya me arrepentía pensando que tenía que haber ido a la montaña. También viceversa. No falla. Ahora estoy en la montaña y escribo esto en la terracita coqueta de un hostal, asomado a un profundo pinar, mientras hago hora para el desayuno. Es un hotelito familiar lleno de parejas jóvenes vestidas con prendas de Coronel Tapioca, con niños repletos de vitalidad que llenan de gritos y de carreras los pasillos y, de vez en cuando, como no están habituados al campo, se parten la crisma sobre el irregular empedrado del porche. En este caso sus aullidos lastimeros te arrancan de la siesta, que se iba habituando a los balonazos sobre la pared del frontón.

Ayer salí a pasear por una de estas sendas que discurren entre dos cierres de alambres de espino, entre la arboleda, bien untado de repelente de mosquitos. Sorteando las voluminosas mierdas de las vacas llegué hasta la romántica fuente medieval que hay en el hondón del valle: un chorro de agua cristalina y fría brota del carcomido tubo de bronce, bajo la placa que dice: “No potable, por filtración de fosas sépticas. El alcalde pedáneo no responde de las caguetas que dimanen del incumplimiento de este aviso.”

En este entorno bucólico llevo compuestos tres sonetos, uno al Progreso, otro al pecio herrumbroso del petrolero “Torre Canyon”, del que ya nadie se acuerda, y un tercero al himeneo de la hija del presidente Aznar, aunque no me han invitado a la boda (me alegro, así me ahorro el alquiler del traje).

No sé, creo que soy razonablemente feliz. Vaya, me asomo a ver el motivo del barullo que acaba de producirse abajo y parece que un niño se ha electrocutado con una cometa. ¡Vaya por Dios! Angelitos al cielo.