Ayer me encontré con una antigua conocida, Rosa Mustia Anorexia, la cual, sin mediar provocación alguna por mi parte, y aunque me apresuré a comunicarle que llevaba muchísima prisa, porque me cerraban una ventanilla, me espetó:
-¿No me preguntas por las vacaciones?
-¿A donde habéis ido este verano? –me interesé cortésmente.
-A Nigeria.
-¡Nigeria! –fingí admirarme.
-Claro –me concedió un gesto suficiente- A un sitio donde no hubiéramos estado
antes.
Los pasaportes de Rosa Mustia Anorexia y de su marido lucen sellos de casi todos los países del mundo: todos los de Europa; todos los de América y todos los de Asia. Ya sólo les faltan algunos de África y los de dos o tres islas del Pacífico. Rosa Mustia es una coleccionista de vacaciones. Inevitablemente me invitó a cenar. A cambio de una cena escasa y postmoderna y de un par de gin tonics, tendré que soportar una sesión de video y diapositivas con las imágenes capturadas en Nigeria, mientras Rosa Mustia y su marido rivalizan por explicarme que el indígena que aparece en la imagen los siguió toda una mañana hasta que le compraron el cenacho de paja trenzada que ahora decora la estantería donde antes lucían las obras completas de Lenin.

Rosa y su marido no viajan por viajar sino por haber viajado; presumen de ser viajeros, pero son solamente turistas. El templo en ruinas, la sequoia, el pescador sacando el copo, los ven solamente a través del objetivo de la cámara. No les interesan la vida o la belleza, sino su testimonio gráfico; lo que les interesa es la exhibición del viaje ante sus vecinos y conocidos, no el viaje en sí. Pagados los plazos del chalecito playero y los del coche de lujo, el viaje se convierte en otro indicativo de su nivel económico y cultural. Pero esa experiencia viajera sólo fructifica si, al final del proceso, hay un amigo paciente, una víctima propicia, o sea, yo, que se deja invitar a cenar a cambio de una larga y tediosa sobremesa para repasar los videos y las fotos del viaje. Solamente entonces se rentabilizan las penalidades sufridas, los calores, las diarreas, las estafas, las incomodidades y las otras menudas desventuras del viaje. Todo por presumir de haber estado en todas partes.